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Apolonia Flores (55) es una mujer campesina, dirigente del sector y madre, pero es, ante  todo, un ícono de dignidad y resistencia. Su ficha es uno de los documentos más conocidos del Archivo del Terror, un gran compendio documental que comprobó la represión de la dictadura de Alfredo Stroessner y la colaboración entre países para el Plan Cóndor. En la foto en la que aparece despeinada y triste, Apolonia tenía solo 12 años. Fue la presa política más joven de la historia.

Oriunda de la comunidad Acaraymi de Alto Paraná, que formaba parte de las Ligas Agrarias Cristianas. Por falta de escuela en la comunidad, Apolonia no accedía a este derecho, pero sus ganas y curiosidad la impulsaron a asistir regularmente a las reuniones de la comisión, intentaba aprender todo el tiempo y para ello escuchaba con atención cada uno de los temas que se trataban.

En su familia habían perdido a dos integrantes por falta de atención médica, era una situación recurrente en su comunidad y también en otras, según comenta Apolonia. “Los compañeros hablaban de una manifestación en Asunción, decían que llegar hasta la capital era la única forma de que el presidente (Alfredo Stroessner), les escuchara. Desde el primer momento supe que yo también iba a ir”, recuerda.

A pesar de que la idea no fue del agrado de sus padres, Apolonia se alistó para el viaje. Debían cruzar primero en balsa y luego caminar muchos kilómetros para tomar un colectivo que llegase hasta la capital. “Los adultos me preguntaban a cada rato si estaba segura, si no tenía miedo. Nunca dudé, quería llegar hasta el presidente para decirle que yo quería estudiar, que necesitábamos tener una escuela en la comunidad”, dice.

La manifestación no llegó a realizarse. Las y los campesinos fueron interceptados en el camino por la Policía y Apolonia, al igual que varias otras personas, tuvieron que bajar en lo que hoy es J. Eulogio Estigarribia e internarse en el monte para huir a pie. De acuerdo con el Informe Final de la Comisión de Verdad y Justicia, militares, policías y civiles colorados comenzaron un gran operativo represivo en la zona para “cazar” a los campesinos de Acaraymi. 

Cuando los agentes encontraron a Apolonia herida de un balazo, la torturaron, recuerda Apolonia. La niña tenía tan pocas fuerzas por la herida y la falta de alimentación que no podía hablar, pero escuchaba lo que decían y pensaba que la iban a matar. En aquel episodio, conocido como el caso Caaguazú, desaparecieron forzosamente diez campesinos, cuyos restos actualmente están siendo buscados por la Dirección de Reparación y Memoria Histórica del Ministerio de Justicia, a cargo del Dr. Rogelio Goiburú.

Apolonia llegó inconsciente al hospital. Permaneció un largo tiempo allí y recuerda que los médicos no podían creer que no hubiera muerto por las condiciones en las que se encontraba. Cuando aún se estaba recuperando recibió en tres ocasiones una singular visita: Alfredo Stroessner. El presidente le ofrecía buscarle una nueva familia para que no tuviera que volver a Acaraymi y pudiera estudiar. Apolonia se negó: quería una escuela para su comunidad, no solo para ella.

Como represalia por no aceptar la invitación del mandatario, la convirtieron en una niña presa política, dejándola encerrada en la cárcel del Buen Pastor, donde las guardiacárceles le daban alcohol y cigarrillos. Pero ahí pudo volver a ver a su madre, quien realizaba largos viajes desde Alto Paraná hasta Asunción para visitarla, sin perder jamás la esperanza de llevarla de vuelta a su casa.

Apolonia recuperó su libertad con ayuda de organizaciones de la sociedad civil que no descansaron en el objetivo de su absolución. Afirma que al volver a su comunidad fue perseguida hasta el final de la dictadura de Alfredo Stroessner e incluso estigmatizada por sus propios vecinos que decían “ape ouma la guerrillera” (*). 

“Muchas veces miro mi foto y le hablo a esa nena. Lastimosamente, no pude estudiar nunca, me casé joven y tuve que cuidar a mi familia. Le pido perdón a ella porque no cumplí su sueño de estudiar a pesar de todo lo que luché”, dice sin poder contener el llanto. A pesar de todo, siguió militando en agrupaciones campesinas, liderando varias de ellas. Al formar su propia familia, migró a Juan E. O’Leary donde continúa trabajando y luchando por el derecho a la tierra en la colonia Ko’e Rory.

Las balas que quedaron en su cuerpo nunca la detuvieron y hoy es una referente en su comunidad, la persona a la que acuden los vecinos cuando hay conflictos y la que nunca duda a la hora de salir a la calle a exigir justicia e igualdad. “No me arrepiento. Volvería a hacerlo si alguien necesita. Aha jey ara (**) hasta que se haga justicia”, finaliza.

Por todo el camino recorrido, de forma inclaudicable, el pasado 6 de octubre Apolonia Flores recibió el reconocimiento Premio Dignidad a la Trayectoria, en el marco de la tercera edición de los Premios Dignidad a la Defensa de los Derechos Humanos en Paraguay, impulsada por la Codehupy, con apoyo de Diakonia y la Unión Europea.