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Omar Mareco nació en el Hospital Militar de Asunción, en febrero de 1980. En plena dictadura de Alfredo Stroessner, dentro de una familia con amplia mayoría femenina pero de costumbres altamente machistas, según sus propias palabras. Era un niño diverso: una infancia difícil y una adolescencia traumática fueron las vivencias que Omar resignificó en una adultez llena de lucha por los derechos.

Pasó sus primeros años de vida viendo el sometimiento de las mujeres de su entorno. Creció con los discursos que parecían obligarle a continuar con el linaje de su familia colorada. 

“Empecé a ser drag en un tiempo en el que mi mamá se dedicaba a lavar ropa para ganar un poco de dinero. Lavaba a la noche, planchaba a la madrugada en una mesa feroz en la que yo me subía a cantar, a bailar. Era mi propio escenario, en mi mundo paralelo”, relata Omar.

A los 17 años, recuerda “mi papá me preguntó si era puto, desde atrás, mi mamá me hacía señas ‘decile que no, decile que no’ y unos días después, me mandaron al cuartel”.

Recién a los 24 años, cuando logró salir de la casa familiar e independizarse, pudo ser abiertamente homosexual. Muy de a poco se fue acercando al entorno de las travestis en Asunción y rápidamente le llamó la atención el talento que tenían y sus formas de expresión. Pero lo más importante para él en ese mundo era la solidaridad, veía como a diario las transformistas de aquella época se organizaban para ayudar a las compañeras que necesitaban, especialmente en casos de VIH.

“Empecé a ver cómo las drag queens aparecían en todos los lugares que hacía falta una mano, colaboraban con su arte en los eventos de recaudación y eran infaltables cuando alguien enfermaba o necesitaba”. En esa época, también, mediante las reuniones y talleres que se organizaban, empezó a entender estas vivencias y acciones como cuestiones de derechos humanos, y fue involucrándose cada vez más.

Fue uno de los fundadores de Circo Social Paraguay, una agrupación que brindaba talleres sobre disciplinas circenses en los bañados y otros barrios vulnerables de Asunción. En 2013 formó un elenco teatral con mujeres trans de la Asociación Panambí y presentaron la obra “El despojo”.

Participó con timidez de las primeras marchas por los derechos LGTBI “porque en esa época la gente en la calle te miraba como un bicho”. Hasta que en 2011, la organización Aireana, por los derechos de las lesbianas, le invitó a animar el acto central de la marcha. “Me subí al escenario, agarré el micrófono y pensé que llegué, que ese era mi lugar, acompañada de todas mis compañeras”. Actualmente, “Envidia Metenes” -su nombre artístico- es referente en las campañas por la igualdad y la no discriminación.

“Esta nominación es como un abrazo que me dice que todo el esfuerzo vale la pena. Como un incentivo que me indica que todo ese sacrificio, sacando fuerzas de donde a veces ya no parece haber nada. Siempre seguí, siempre sigo, aunque sea difícil, porque no pierdo la esperanza de vivir en una sociedad mejor, con respeto e igualdad de oportunidades. Así que esta nominación es como un premio para ese adolescente al que obligaron a ir a un cuartel cuando se enteraron de que era puto”.

Talleres y obras de teatro son su forma de resistir, de crear consciencia, pero su labor diaria más importante es el acompañamiento cotidiano a personas que buscan trascender, brillar a través del arte y la alegría, que es su mayor arma de resistencia.

Por todo su trabajo, fue postulado y reconocido durante la tercera edición de los Premios Dignidad a la Defensa de los Derechos Humanos en Paraguay, una actividad impulsada por la Codehupy, con apoyo de Diakonia y la Unión Europea.